Nací el 14 de mayo de 1926, y acabo de cumplir 86 años. De ellos, 62 como médico, pues terminé la Licenciatura de Medicina y Cirugía en junio de 1950.
Agradezco mucho a Revista Clínica Española y a su actual director, Dr. D. Juan García Puig, que me pida resuma para España lo que ha sido mi vida, muy unida por razones de fortuna a con el desarrollo de la Nefrología en nuestro país.
Como he dicho en otro lugar, lo que yo diga sobre la Nefrología española es lógicamente mi vivencia subjetiva «desde la última vuelta del camino». Como dice Pío Baroja en un libro con ese titulo: «Cuento las cosas como las recuerdo, como las he vivido. Otros, probablemente, las habrán visto de un modo distinto».
Al hacer un repaso de mi vida, tengo que reconocer que he sido un hombre con suerte. Mi primera gran fortuna fue tener unos padres admirables (fig. 1): mi padre, D. Teófilo Hernando Ortega (1881-1976), fue uno de los médicos españoles más importantes del siglo xx, posiblemente su obra mas trascendente fue transformar la asignatura llamada «Terapéutica y arte de recetar» en la moderna Farmacología de la que fue el primer Catedrático en la Facultad de Medicina de Madrid. Don Teófilo se había formado como farmacólogo con el padre de esta nueva disciplina Oswald Schmiedeberg en el Estrasburgo alemán de entre las 2 grandes guerras, y ya en Madrid fue pionero en el mundo de la Farmacología Clínica. De mi padre aprendí muchos conocimientos, pero sobre todo, tolerancia, voluntad de autocrítica y pasión por el trabajo bien hecho.
La personalidad de mi madre, Dña. Carmen Avendaño del Hoyo (1891-1983), queda bien reflejada en la dedicatoria de un libro sobre «Psicofarmalogía y remedios atarácticos» escrito por mi padre en 1958: «A Carmen cuya sola presencia me infunde aliento y calma en todos los momentos del enredado camino de la vida». De mi madre aprendí muchas cosas y su influencia ha contribuido de forma importante a mi condición de creyente practicante.
Ser hijo de médico ilustre, tener 2 abuelos médicos: el materno por el Colegio de Médicos y Cirujanos de Nueva York; el paterno por la Universidad de Madrid y médico rural en varios pueblos de la provincia de Segovia, que mi padrino (D. José Sánchez Covisa), casado con la única hermana de mi padre, fuera también médico y, Catedrático de Dermatología en la Universidad de Madrid parecían predestinarme a seguir la tradición familiar.
Sin embargo, mi afición por el campo y los animales me llevaron a considerar cuando era niño, que mi vocación era la de «pastor». Me explicaron luego, de adolescente, que lo que yo quería ser era «Ingeniero Agrónomo», de tal manera que el año que acabé el bachillerato y el examen de ingreso en la Universidad aproveché para presentarme en junio a 2 asignaturas de esa carrera: francés y cultura general. Durante ese verano hablé con mucha gente y leí varios libros sobre Medicina, más o menos novelados, y al regresar en otoño a Madrid me matriculé en la Facultad de Medicina, una decisión de la que nunca me he arrepentido.
Cursé la Licenciatura de Medicina en el viejo caserón de San Carlos, en la calle Atocha, con calificaciones razonables. Obtuve el Premio Benito Hernando de Farmacología. Durante los 2 primeros años de la Carrera, asistí regularmente al Laboratorio de Histología y Anatomía Patológica donde tuve el privilegio de trabajar con los profesores Arteta y Zamorano. En el tercer curso fui alumno, interno, en la sala de hombres de Patología del Prof. Bermejillo. A partir del cuarto curso, en que tuve la gran suerte de iniciar la Patología Médica con D. Carlos Jiménez Díaz (fig. 2), trabajé también en la sala de hombres que llevaban entonces D. José Carlos de Oya y D. José María Segovia.
Por tanto, desde el año 1947 he estado vinculado a la —para mí— mejor escuela de Medicina Española, a la que sigo unido en el momento presente. Terminé la Licenciatura en 1950 y cerré este ciclo con sobresaliente y Premio Extraordinario.
Durante la Carrera, en el verano de 1947, viajé a Oxford y trabajé en el Servicio de Anestesia del Prof. Macintosh. Durante esos meses aprendí fundamentalmente inglés, sin perder contacto con las tareas hospitalarias.
Al término de la Licenciatura seguí trabajando en la sala de hombres de la Cátedra de D. Carlos y también inicié mi formación investigadora trabajando primero en el Instituto de Investigaciones Médicas con D. Francisco Grande Cobián y D. José Carlos de Oya, y después como Becario en el Instituto Cajal con D. Fernando de Castro.
Completé las asignaturas del Doctorado, y una buena calificación en Parasitología me permitió asistir en el verano de 1953 al Tropisch Institut de Hamburgo en julio, y completé mi estancia en Alemania hasta octubre trabajando en la Cátedra del Prof. Berg de la Eppendorf Krankenhaus. Durante ese tiempo aprendí alemán y el manejo de isótopos.
A finales del año 1954, con una beca de la Fundación Doherty, marché a Boston a completar mi formación durante un año en el servicio del Prof. George W. Thorn en el Peter Bent Brigham Hospital vinculado a la Universidad de Harvard. Ese año fue crucial en mi vida, en el Laboratorio del Servicio puse a punto un método para determinar aldosterona, entonces recién descubierta, y estudié las causas que influían en su secreción en condiciones fisiológicas y distintas afecciones. La presentación de estos estudios me permitió intervenir en las reuniones de Atlantic City y la Laurentian Conference que aquél año se celebró en Estis Park (Colorado) y firmar mis primeros trabajos en revistas internacionales de impacto1–4.
Por otra parte, en la vertiente clínica, por estar ingresados los enfermos del grupo de nefrología dirigido por John P. Merrill en la misma sala de estudios metabólicos que los pacientes con problemas endocrinológicos de Thorn, tuve mis primeros contactos con la hemodiálisis y el trasplante renal. Mi primera guardia coincidió con el día en que por primera vez se hizo un trasplante de vivo, entre gemelos univitelinos, lo que me dio la oportunidad de seguir tanto el estudio previo como la evolución inmediata de aquel injerto que habría de marcar un hito en la historia de los trasplantes.
En enero de 1956, regresé a España y me incorporé a la recién inaugurada Clínica de la Concepción como Jefe Asociado de Medicina Interna. Con ayuda de una Beca March monté un Laboratorio donde se hacían los estudios de rutina de los trastornos electrolíticos y del equilibrio ácido-base, pruebas de función renal y determinaciones de aldosterona. Durante 2 años intenté hacer compatibles mi dedicación al Servicio de Medicina Interna y al Laboratorio Experimental.
Dediqué unas vacaciones de verano a completar mi Tesis: «El papel de la aldosterona en los edemas y la ascitis de la cirrosis hepáticas», calificada de Sobresaliente Cum Laude y por la que recibí el Premio de Rodríguez Abaytua de la Real Academia Nacional de Medicina española.
Un resumen de mi vida quedaría incompleto si no mencionara que estoy felizmente casado desde el año 1956, con una mujer extraordinaria. Tengo 6 hijos, la mayor médico, que ya no son una esperanza sino una realidad consolidada y, también 13 nietos en los que tengo puestas las mejores esperanzas y cuya escala de edad va desde los 27 a los 6 años. La mayor de las mujeres inicia el mes próximo su tercer año de Residencia en Medicina Interna y el mayor de los varones ha empezado a estudiar medicina el pasado año. Ambos integran la quinta generación de médicos de la familia (fig. 3).
Mi familia, cuando fui investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alcalá de Henares en octubre de 2004. Yo aparezco en el centro con la esclavina de medicina de color amarillo. Cinco generaciones de médicos en mi familia: mi padre y abuelo materno y paterno también fueron médicos. Mi hija mayor y la mayor de mis nietas, también médicos.
En 1958 solicité de D. Carlos una dedicación exclusiva al Laboratorio. Para entonces ya habían aparecido las publicaciones con el trabajo hecho en Boston y había sido invitado a un Simposio Ciba organizado por el Prof. Mach en Ginebra.
Don Carlos me convenció para que no abandonara la Clínica y acepté simultanear el trabajo experimental con el cuidado de los pacientes del hospital que tenían problemas relacionados con el agua, los electrolitos y el equilibrio ácido-base. Por esta época, 2 médicos recién graduados de la Cátedra de D. Carlos, D. Julio Botella García y D. Luis Sánchez Sicilia, se integraron en esta tarea formando el primer núcleo del servicio. Progresivamente fuimos llamados para atender enfermos de los diferentes servicios del hospital en su mayor parte graves, muchos moribundos, y convenciendo de la utilidad de las determinaciones que se hacían en nuestro laboratorio, de la importancia de los balances y comprobando los beneficios que algunos podían obtener de nuestro consejo. Al mismo tiempo, nuestra formación se fue completando y empezamos a interesarnos, cada vez más, por un órgano cuyo deterioro funcional o parenquimatoso estaba presente en todos nuestros enfermos: el riñón.
En el año 1959 la generosidad de D. Carlos enriqueció nuestro grupo con una importante arma terapéutica, el primer riñón artificial que había de funcionar de un modo regular en Madrid. Para entonces, ya éramos un grupo más numeroso y con personalidad propia. El siguiente gran paso fue la dotación en 1962 de camas y la apertura de una consulta externa, con lo cual se formalizaba el reconocimiento público en la Fundación Jiménez Díaz (FJD) de la existencia de una nueva especialidad médica autónoma: la Nefrología.
Retrospectivamente considerada, esta evolución es paralela a la mayor parte de los grupos pioneros en la especialidad por aquellas fechas. Todos empezaron a interesarse por problemas de agua, electrolitos y esteroides suprarrenales y en algún momento de su evolución incorporaron técnicas de diálisis a su armamentario terapéutico. Al inicio de la década de los 60, coincidiendo con el primer Congreso Internacional celebrado en Ginebra y Evian, empezaron a llamarse nefrólogos.
Es imposible separar la historia del desarrollo del Servicio de Nefrología de la FJD y de la incorporación al mismo de los aparatos necesarios para realizar las técnicas propias de nuestra especialidad. Ya he dicho mas arriba que el primer riñón artificial fue regalo de don Carlos, los primeros dializadores Kiil, de la familia Masaveu, y la unidad de diálisis periódicas se montó con donativos de la familia Fierro Goyarrola y, sobre todo, con el apoyo mantenido de don José María Aguirre Gonzalo.
Es difícil precisar ahora si desde el principio tuvimos un plan concreto de desarrollo y parece lo más probable que este naciera más tarde, pero sí podemos afirmar que a lo largo de nuestra trayectoria nos hemos mantenido fieles a los siguientes principios:
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El primero, ha sido una dedicación completa con abandono de otras tareas, en apariencia más provechosas, o por lo menos mejor remuneradas, para hacer las cosas en los detalles menores lo mejor posible.
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Mantener contacto constante con los servicios de países desarrollados por medio del envío de un miembro del grupo por periodos suficientemente largos para incorporar nuevas técnicas y contrastar actitudes.
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El tercero, dedicar todo nuestro esfuerzo a conseguir un nivel asistencial semejante al de los países de nuestro entorno y una vez obtenido este, dedicación plena de algún miembro del grupo a estudios de Investigación Básica con aplicación a los problemas clínicos que nos ocupaban.
Hasta finales de 1966 todos los que salieron lo hicieron para incorporar técnicas diagnósticas o terapéuticas. Con la marcha en enero de 1967 de D. José Luis Rodicio Díaz a la South Western University en Dallas para aprender en el servicio de Seldin técnicas de micropunción tubular, y con la ida de Santos Casado a Monreal, al servicio de Prof. Genest, a trabajar en el sistema renina-angiotensina-aldosterona, consideramos completado el primer ciclo y abierto el segundo.
Un hito en la marcha del grupo supuso la publicación, en febrero de 1968, de un número monográfico de la Revista Clínica Española, dedicado íntegramente a Nefrología5, lo que suponía su presentación formal en el panorama médico de la época y cuyos artículos estaban todos firmados por médicos del servicio.
Durante los mas de 30 años en los que dirigí el Servicio de Nefrología de la FJD, tuve la fortuna de que se incorporaran al mismo para completar su formación en Nefrología como Residentes o que acudieran al laboratorio experimental como Becarios de investigación, un número crecido de jóvenes notables, recién graduados que accedían al servicio habiendo alcanzado excelentes calificaciones en el examen de acceso al sistema MIR, muchos de ellos entre los 10 primeros de una prueba a la que se presentaban varios miles de candidatos. No es por lo tanto sorprendente que hasta un total de 47 de ellos fueran, pasados los años, Jefes de Servicio en España y que de entre los Becarios de Investigación, algunos ocupan Cátedras de Universidad y otros posiciones relevantes en el CSIC. Debo dejar claro que nunca he pretendido tener discípulos, mi voluntad fue crear un ambiente en que cada uno pudiera desarrollar sus posibilidades en germen.
También completaron su formación en el servicio un número crecido de médicos hispanoamericanos, varios de los cuales al retornar a sus países de origen ocuparon posiciones destacadas, de tal manera que en algún momento hasta 3 Sociedades de Nefrología Nacionales Sudamericanas eran presididas por ex miembros de la FJD.
Paralelamente, el desarrollo del servicio tuvo una influencia decisiva en la creación de la Sociedad Española de la Especialidad.
El primer intento de crear, dentro de la Sociedad Española de Medicina Interna, una Sección que se ocupara especialmente del riñón en salud y enfermedad se dio en una Asamblea General de la Sociedad de Medicina Interna celebrada durante el IV Congreso de dicha Sociedad, en junio de 1960, en un aula de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de la Ciudad Universitaria de Madrid. Esta reunión estaba presidida por D. Carlos Jiménez Díaz y D. Agustín Pedro y Pons, y en el turno de Ruegos y Preguntas D. Gerardo del Río Pérez y D. Luis Hernando Avendaño sugirieron la creación de una Sección de Nefrología, semejante a la que ya existía en Estados Unidos dependiente de la Sociedad de Cardiología. Esta sugerencia, aunque fue recogida en el Acta, tuvo escaso eco.
Tuvieron que transcurrir 3 años para que la Sociedad Española de Nefrología fuera una realidad. En el mes de noviembre de 1963, al término de la visita que D. Carlos Jiménez Díaz pasaba a los enfermos hospitalizados del Servicio de Nefrología en la FJD, le hablé de la conveniencia de crear una Sociedad con este nombre.
Don Carlos, que ya había impulsado la creación de otras especialidades y de sus Sociedades respectivas, se mostró receptivo a esta petición y se fijó, para una fecha cercana, la reunión de un grupo promotor de la nueva Sociedad.
En enero de año 1964, en un aula de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, se reunieron D. Carlos Jiménez Díaz, D. Vicente Gilsanz, D. Manuel Díaz Rubio, D. Eduardo Ortiz de Landazuri y yo mismo, que actué como secretario. En esta reunión, se tomó la decisión de promover la creación de la Sociedad Española de Nefrología y se firmaron los documentos necesarios para proceder a la legalización de la misma.
La primera reunión científica de la SEN se celebró el 16 de junio de 1965 en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid a la que asistieron apenas 40 personas. El comité organizador estaba integrado por los miembros del Servicio de Nefrología de la FJD, y el tema central del programa científico, tirado a ciclostil, era «Síndrome nefrótico»; se admitieron algunas comunicaciones libres. También en el transcurso de esta reunión, una docena de nefrólogos con experiencia en diálisis y trasplante se reunieron para conocer la actividad que cada uno estaba desarrollando, y tratar de establecer una estadística del número de puestos de diálisis existentes en todo el país y la actividad de los mismos.
Al término de la reunión se celebró la preceptiva Junta General Ordinaria en la que, a propuesta del Presidente, se nombraron miembros de Honor de la Sociedad a D. Carlos Jiménez Díaz, D. Agustín Pedro y Pons, y D. José Trueta Raspall.
El lugar de la siguiente reunión correspondía reglamentariamente a Barcelona, y D. Gerardo del Río fue designado para ocuparse de la organización de la misma, que tendría lugar al cabo de 2 años.
Las 5 primeras reuniones se siguieron celebrando con la alternancia prevista en los Estatutos de la Sociedad entre Madrid y Barcelona.
La sexta reunión se celebró en Pamplona y luego en Santander y Sevilla. Posteriormente, se han seguido celebrando reuniones, que pasaron en un momento a llamarse Congresos, en todas las Comunidades Autónomas de la península y las islas. Reuniones cada vez más numerosas, pues el número de miembros de la Sociedad ha pasado de los 50 iniciales a 2.000. La Sociedad ha tenido reuniones conjuntas con italianos y franceses, y en los últimos tiempos con los países de habla hispana del otro lado del Atlántico, de tal manera que en este año 2012 se celebrarán en Las Palmas de Gran Canaria el XLII Congreso Nacional de la SEN y el VII Iberoamericano de Nefrología.
A lo largo de todas estas reuniones he recibido muestras de consideración por parte de los miembros de la SEN: Primer Presidente electo por votación: 1967; Miembro de Honor de la misma desde 1974; Presidente le la Comisión Nacional de Nefrología en dos períodos: 1979-1983 y 1985-1990, durante este segundo período fui elegido por los presidentes de las restantes especialidades para presidir el Consejo Nacional; Primer Director de la Revista Nefrología: 1981, y Presidente del Comité Organizador del XIII Congreso de la Sociedad Internacional de Nefrología: 1990.
Paralelamente, en la Sociedad Internacional de Nefrología fui designado Miembro del «Nominating Committee»: 1981-1983. Elegido Miembro del Consejo: 1990-1996, y Presidente del XIII Congreso de la ISN en Madrid: julio 1995.
Como docente, mi principal interés ha tenido que ver con la Formación Graduada. Tuve un papel muy activo en el Seminario de Hospitales con programa de Graduados, origen del actual sistema MIR y también fui representante de España en el Comité Consultivo para la formación de Médicos en la Comunidad Económica Europea: 1988-1991.
En la docencia de Pre-Graduados colaboré con el Prof. D. Vicente Rojo, primer Secretario de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, en la planificación de esta Facultad. Fui profesor encargado de curso de 1971-1982; Profesor Agregado contratado: 1983-1984; Profesor titular de Medicina: 1985-1991; Emérito en 1992; Presidí la Comisión del Doctorado de la Facultad: 1981-1986; y Vicepresidente de la Sociedad Española de Educación Médica: 1992-1995.
A lo largo de los años he recibido otra serie de reconocimientos, entre los que más estimo: Miembro de la Academia Nacional de Medicina francesa: París 1989; Miembro de Honor de diferentes Sociedades Regionales españolas: Sur-Andaluza, Valenciana, Madrileña; Miembro de Honor de las Sociedades de Nefrología: Argentina, Cubana, Paraguaya y Uruguaya; Gran Cruz Mérito Aeronáutico con distintivo blanco; y Gran Cruz con placa de Sanidad.
He recibido diferentes premios de los que destacaré: El Gerardo del Rió de la Fundación Puigvert, 2005, por llevar el nombre de un amigo entrañable pionero en Cataluña de la Nefrología.
En el año 2007, la Fundación Renal Iñigo Álvarez de Toledo, de cuyo Patronato soy Miembro desde su creación (1982) y Presidente del Consejo Rector del Instituto cuya Presidenta de Honor es su Majestad la Reina Dña. Sofía, decidió crear en su 25 Aniversario un Premio con la misma dotación que los Príncipes de Asturias, que lleva mi nombre, y se concede a la persona o institución en el ámbito internacional que más se ha distinguido en el progreso de la Nefrología. El primero de los premiados fue el Prof. D. Bernardo Rodríguez Iturbe de Venezuela que a la sazón Presidía la Sociedad Internacional de Nefrología y el último el Prof. D. Giuseppe Remuzi que ha donado los 30.000 Euros del Premio para construir un centro Nefrológico en una ciudad boliviana en la selva amazónica y ha tenido la deferencia de dar a ese hospital mi nombre.
Uno de los momentos más gratos de mi carrera profesional fue la Investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alcalá en octubre de 2004 (fig. 3). El acto reviste gran solemnidad y sigue un protocolo que se ha modificado poco desde su instauración en el siglo xvi. El marco donde se celebra, los patios de la Universidad por donde transcurre la Procesión y el Paraninfo para celebrar la ceremonia —el mismo donde se entregan los Premios Cervantes— dejaron en mí un recuerdo imborrable.
Respecto a las publicaciones a los largo de los años, he firmado más de 300 artículos en Revistas Médicas, entre ellas las de mayor impacto especializadas en Nefrología y he escrito 5 libros, entre los que destaca el texto Nefrología Clínica, un sueño largamente acariciado por mí, y que no pude completar hasta descargarme de las tareas asistenciales y de gestión que ocuparon la mayor parte de mi tiempo hasta mi jubilación. La primera edición, aparecida en septiembre de 1997, obtuvo el Premio de «Libro del año» y la tirada, inicialmente de 2.000 ejemplares, se agotó en un plazo corto, lo que obligó a su reimpresión hasta alcanzar algo mas de 5.000 ejemplares de los cuales un 50% fueron adquiridos en países del otro lado del Atlántico, sobre todo en Argentina y Méjico. Este texto, considerado de referencia en España y la América de habla española, ha conocido otras 2 ediciones: 2003 y 2008. En este año 2012 se está preparando la cuarta.
Al repasar mi vida profesional tengo que repetir lo que decía en las primeras líneas de este escrito: he sido un hombre afortunado, entre otras razones, por tener grandes Maestros. El ilustre segoviano Andrés Laguna, Médico del Papa Julio III y del Emperador Carlos V, en su introducción al Dioscórides decía: «Más debemos a los que nos enseñaron que a los que nos procrearon pues de los segundos solo hemos recibido el vivir y de los primeros el vivir bien, lo que es más importante». Los nombres de mis principales Maestros, de edad mayor que la mía, han sido parcialmente mencionados en el texto, los más destacados mi padre, D. Teófilo Hernando, y D. Carlos Jiménez Díaz, pero, he repetido muchas veces una frase tomada de una Sura del Corán: «Todo lo que yo sé lo he aprendido de mis discípulos». A lo largo de los años he tenido el privilegio de convivir con generaciones siempre renovadas: estudiantes en sus últimos años de Licenciatura, Residentes y Becarios de Investigación y Enfermeras que han contribuido durante mi dilatada carrera profesional a enseñarme no solo conceptos nuevos, sino también, actitudes distintas frente a la vida.
Desaparecidos ya los que fueron mis primeros Maestros y muchos de mis coetáneos, en el momento presente son mis amigos y también mis mentores y mis guías, personas a quienes aventajo en edad en muchas décadas y que un día acudieron al Servicio en busca de formación.
Muchas horas de mi vida han sido dedicadas a trabajos de gestión. Ser Jefe de Servicio, sobre todo si este es numeroso y realiza tareas asistenciales docentes y de investigación, precisa muchas horas de organización y administración. En la FJD he dedicado mucho tiempo a juntas y reuniones, he sido Delegado de Dirección para la docencia, Subdirector de Clínicas y Director Médico en varios períodos. He mencionado mi responsabilidad tanto en posiciones relacionadas con la educación pregraduada como con la formación de graduados y he sido tentado para ocupar posiciones de carácter más político en el Ministerio de Sanidad. Afortunadamente, cuando yo quise, mis condiciones no fueron aceptadas y en otros momentos rechacé cargos importantes.
Antes de terminar quisiera hacer unas consideraciones finales sobre lo logrado a lo largo de mi trayectoria profesional. Estoy contento de haber tenido el privilegio de tener algún papel en el desarrollo de la especialidad a la que he dedicado la mayor parte de mi vida. También me siento satisfecho de haber contribuido al desarrollo del actual sistema de formación de graduados en España. Mis mas gratos recuerdos profesionales tienen que ver con las horas dedicadas a los seminarios prácticos con los alumnos de los últimos años de la carrera que rotaban por el servicio, con el análisis de los resultados de las evaluaciones en los exámenes de nefrología tanto en la Universidad Autónoma como en los globales de todo el país en la prueba MIR en que tanto la Autónoma de Madrid, como mas concretamente nuestro grupo, ocupaban lugares destacados. Mis satisfacciones mayores, en cualquier caso, tienen que ver con los logros obtenidos con las personas que acudieron en su día a iniciar su formación asistencial o investigadora con nuestro grupo. Comprobar que son capaces de hacer contribuciones originales y transcendentes al progreso del conocimiento médico, de publicarlos en revistas de máximo impacto y que disfrutan de un reconocimiento internacional es sin duda lo más grato de mis vivencias actuales.
No quisiera terminar sin hacer mención de la larga lista de fracasos que jalonan la vida de cualquier médico. La angustia en el campo de la asistencia, cuando no se llega a un diagnóstico cierto en un enfermo y se duda si esto es debido a lo mucho que todavía no sabemos o si depende, más directamente, de un desconocimiento personal.
Ya he dicho, anteriormente, que nunca me he arrepentido de haber elegido una profesión maravillosa, pero sí lamento no haber empleado más tiempo de los horarios interminables de mi dedicación profesional, a intentar progresar en la investigación básica.