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Hace ya mucho tiempo, antes de que se aplicara la Ley de Incompatibilidades, hacía bastantes más cosas, siempre compatibles, en cuanto a horario, con mi compromiso con la patronal, como médico estatutario.</p><p id="par0015" class="elsevierStylePara elsevierViewall">En esos primeros tiempos los cargos actualmente existentes tenían otros nombres. Así, el Gerente del hospital era llamado simplemente Director, o Director General del centro. Había un Administrador General, en lugar de un Director de Gestión, un Jefe de Personal que con 2 secretarias y alguna funcionaria en cada uno de los 5 centros que componían La Paz (Residencia General, Maternidad, Clínica Infantil, Traumatología y Servicios Comunes) era capaz de llevar con suficiente eficacia, aparentemente, todos los temas relacionados con el cargo que ostentaba. Además de estos cargos existían otros de importancia que eran los Secretarios Generales. Eran los que dirigían los 5 centros. Y eran altos cargos dentro de aquella organización hospitalaria. Entonces nos llamábamos Ciudad Sanitaria. La verdad es que más que una ciudad éramos un pueblo donde todos nos conocíamos y todos nos ayudábamos y nos llevábamos bien. Además, dada la juventud del hospital, durante muchos años siempre fuimos los mismos, ya que apenas hubo jubilaciones.</p><p id="par0020" class="elsevierStylePara elsevierViewall">En aquella época La Paz era un hospital muy importante. Alguien, algún ministro de la época definió a La Paz como el buque insignia de la Sanidad Española. Con ese nombre («buque insignia»), muchas veces en plan irónico, todavía se conoce a La Paz, aunque siga teniendo la categoría e importancia que tuvo en sus comienzos. Recuerdo que por aquel entonces tenía que viajar con mucha frecuencia, al ser presidente de una sociedad europea que se ocupaba de la informática aplicada a la Sanidad. En cierta ocasión me encontré en el aeropuerto de Orly a un compañero de La Paz. Esperábamos cada uno aviones que nos llevarían a destinos diferentes. Mientras tomábamos un café yo me debí quejar de algo relacionado con el trabajo y este compañero me dijo: <span class="elsevierStyleItalic">«no te quejes. Somos unos suertudos. En primer lugar somos médicos, que es una profesión importante y en segundo lugar somos médicos de La Paz, hospital que no tiene parangón. Tenemos la suerte y el privilegio de pertenecer al grupo de 350 médicos que trabajamos en este hospital».</span> Pensé que tenía razón y nos sentimos orgullosos.</p><p id="par0025" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Y fue a la vuelta de aquel viaje cuando comenzó la historia que quiero contar. Me encontré por un pasillo a uno de los Secretarios Generales de La Paz, jubilado recientemente. No se encontraba bien y acudía a una consulta externa. Desde entonces nos encontramos con alguna frecuencia y cuál no sería mi sorpresa que, desde dirigir uno de los centros, había pasado a hacer cola para una extracción. Ni siquiera le invitaban a pasar a la zona que, hasta hace unos años, había reservada para «los de la casa». Tenía que esperar su turno como cualquier 28/<a class="elsevierStyleCrossRef" href="#fn0005"><span class="elsevierStyleSup">a</span></a>. Y en diferentes colas me lo encontré varias veces y siempre tuve que ayudarle para que le atendieran sin esperar demasiado tiempo. Otro día pasé por la consulta de Urología. Allí estaba esperando, impertérrito. No le dije nada porque acudía con prisa a una reunión. Una hora después, cuando pasé en sentido contrario por el mismo lugar, allí seguía esperando. Desde entonces no le volví a ver. Fue un episodio triste.</p><p id="par0030" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Hace unos años, un escritor colombiano llamado Héctor Abad Faciolince escribió un libro auténtico y conmovedor llamado <span class="elsevierStyleItalic">«El olvido que seremos».</span> Cuenta la historia de una familia, de su familia, y cómo su padre médico, fue asesinado en el centro de la ciudad de Medellín, por defender la igualdad social y los derechos humanos.</p><p id="par0035" class="elsevierStylePara elsevierViewall">El título, <span class="elsevierStyleItalic">«El olvido que seremos»</span>, ya es sugestivo y fácilmente podemos deducir su aplicación y su significado. El título está extraído de un verso atribuido a Jorge Luis Borges, donde podemos leer, <span class="elsevierStyleItalic">«somos el olvido que seremos»</span>, es decir, no hace falta que pasen meses o años desde nuestra muerte para alcanzar la categoría de «olvidados». Podemos ya ser, según Borges, desde este momento, desde el día que nos jubilen, así lo interpreto yo, el olvido que ya somos.</p><p id="par0040" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Pues bien. Nos hemos jubilado y, desde el día siguiente, cuando entramos en el hospital, y recorremos los pasillos con muchos recuerdos y cierta vaguedad melancólica, uno percibe que ya no tiene cabida en las vidas ajenas, en el recuerdo de sus compañeros. Hemos podido comprobar que la reacción de muchos compañeros, al vernos, era diferente a como lo fuera antaño. El saludo, si es que existía, era ya un puro compromiso. No una alegría por cruzarnos con un compañero, sino algo incómodo.</p><p id="par0045" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Y lo dicho, nos entristece con cierta intensidad. Uno piensa ¿y qué he hecho para que fulanito no me salude? Si siempre nos hemos llevado bien o incluso muy bien. Si hemos tomado muchos cafés juntos. Pero a la vuelta del pasillo he reconocido que había cosas más importantes en las que meditar y me he puesto a pensar en ellas. Creía no encontrar ninguna explicación a estas situaciones, pero creo que las hay. Cuando yo trabajaba, y empiezo por mí, para demostrar que yo he cometido las mismas insensibilidades, si iba a verme un jubilado me alegraba mucho, pero a los 5 minutos ya estaba deseando que se fuera; «tenía muchas cosas que hacer» y el jubilado muy pocas; no suele tener prisa.</p><p id="par0050" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Quiero que quede claro; insisto en que no pretendo presumir de persona ejemplar por lo que tengo que admitir que en ocasiones, como acabo de reconocer, yo me he comportado de la misma manera; es decir, sin ofrecer un saludo u ofrecerlo lacónicamente. Y el motivo de este comportamiento creo que se debe a las 2 partes. Una ya la hemos explicado y la otra pensamos que se debe a los propios jubilados; hay personas que al alcanzar este estado se encuentran incómodos en su nueva situación e intentan evitar el saludo, mirando hacia otro lado, haciéndose el despistado o demostrando cualquier gesto que a uno le incita a no saludarle abiertamente, cortésmente o cariñosamente y le sobrepasa sin ningún gesto amable. Es cierto que uno se podría parar, saludarle, cruzar unas palabras, pero hay demasiada prisa y demasiadas personas en los pasillos del hospital.</p><p id="par0055" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Hace poco tiempo, en una de mis visitas al hospital, tuve un pequeño accidente. La primera cura me la hice yo mismo utilizando unas tiritas que llevaba en el bolsillo. Como aquello sangraba decidí acudir a un compañero que me viera la herida, me limpiara y cubriera la lesión de forma correcta. Encaminé mis pasos hacia el servicio en el que suponía que me podrían solucionar el problema; busqué a un compañero, conocido desde hace muchos años y cuando le conté lo que quería, y con la herida sangrando a pesar de las tiritas, me dijo: <span class="elsevierStyleItalic">«mira no te levanto esto que te has puesto. Estoy seguro que es mejor dejarlo así y en un par de días estarás bien».</span> Me quedé sin saber qué decir, o mejor dicho, no quise decir lo que pensaba, y salí del hospital, camino de mi casa, donde me curé y deje aquello en mejores condiciones. Es cierto y sería injusto no mencionarlo que camino de la salida me crucé con varios compañeros con los que además de saludarnos efusivamente, soltamos unas parrafadas. Aquí sería el momento para distinguir el mundo profesional, los compañeros, y el mundo de la amistad, del sentimiento.</p><p id="par0060" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Tengo que decir, que a pesar de haber transcurrido 2 meses todavía tengo que llevar la herida tapada. Pero espero salir de esta.</p><p id="par0065" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Todo lo dicho me incita a comentar algo sobre la memoria y el olvido. Respecto a estos, se dice que hay 3 clases: el olvido traumático, el olvido psicológico y el olvido fisiológico. Yo añadiría el «olvido simulado»; aquél en el que no existen cambios de potenciales eléctricos ni nada parecido. El hipocampo no tiene la culpa. Simplemente existe la intención de no saludar.</p><p id="par0070" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Por otro lado, está la memoria que es una función del cerebro y que permite al organismo almacenar y recuperar información codificada. Leo en Wikipedia que, según Carl Sagan, un comunicador científico estadounidense, tenemos la capacidad de almacenar en nuestro cerebro una cantidad de información equivalente a la de 10 billones de páginas de enciclopedia. Pues bien, sin saber si este dato es cierto o no, de lo que no cabe duda es que de repente, de un día para otro, el programa que somos falla y el hipocampo es capaz de olvidar instantáneamente la cara de algunas personas.</p><p id="par0075" class="elsevierStylePara elsevierViewall">No quisiera transmitir tristeza, pena o amargura. Tampoco quiero señalar a nadie. Las cosas parece que son y serán así. Y todos somos igual de buenos o igual de desatentos, o igual de olvidadizos. No quiero quedar como modelo de nada. Solamente he tratado de referir algo que me ha sucedido y que igualmente ha sucedido a muchos con los que he hablado, por lo que, sin duda, hay que pensar que estas reacciones forman parte del comportamiento humano. Si no he saludado o no he atendido o ayudado a cualquier compañero jubilado, me arrepiento. Como antes decía, ahora tengo menos prisa y tengo que comprender que los que trabajan sí la tienen.</p><p id="par0080" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Creo que he dicho todo lo que quería decir. Termino este escrito lanzando la idea de crear el hecho y el derecho, de los que hemos trabajado toda la vida, o parte de ella, en el hospital. Aspiramos a poder conseguir asistencia plena, cuidadosa, y por supuesto llena de atenciones, como la que recibo de muchos compañeros que como decía antes, son fundamentalmente amigos. Un trato humano, sin tener que decir <span class="elsevierStyleItalic">«yo he sido de la casa»</span> sino poder seguir diciendo, <span class="elsevierStyleItalic">«yo soy de la casa»</span> y, por supuesto, sin listas de espera.</p><p id="par0085" class="elsevierStylePara elsevierViewall">Para terminar, pido no para mí, sino para todos, un trato diferente y deferente como corresponde a alguien que ha sido y será siempre «de la casa».</p></span>" "pdfFichero" => "main.pdf" "tienePdf" => true "multimedia" => array:1 [ 0 => array:5 [ "identificador" => "fig0005" "tipo" => "MULTIMEDIAFIGURA" "mostrarFloat" => false "mostrarDisplay" => true "figura" => array:1 [ 0 => array:4 [ "imagen" => "fx1.jpeg" "Alto" => 731 "Ancho" => 600 "Tamanyo" => 86600 ] ] ] ] ] "idiomaDefecto" => "es" "url" => "/00142565/0000021200000011/v1_201302110940/S0014256512002482/v1_201302110940/es/main.assets" "Apartado" => array:4 [ "identificador" => "1033" "tipo" => "SECCION" "es" => array:2 [ "titulo" => "Humanidades en Medicina" "idiomaDefecto" => true ] "idiomaDefecto" => "es" ] "PDF" => "https://static.elsevier.es/multimedia/00142565/0000021200000011/v1_201302110940/S0014256512002482/v1_201302110940/es/main.pdf?idApp=WRCEE&text.app=https://revclinesp.es/" "EPUB" => "https://multimedia.elsevier.es/PublicationsMultimediaV1/item/epub/S0014256512002482?idApp=WRCEE" ]
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